miércoles, 30 de mayo de 2018

Era una tarde de invierno...

Era una tarde de invierno cualquiera en una buhardilla cualquiera de una callejuela cualquiera de París. Las gárgolas de Notre-Dame, acariciadas por el gélido aquilón, estarían sin lugar a dudas sosegadas ante el espectáculo que el cielo les brindaba. ¿Pero quién sabe? Tal vez alguna gárgola traviesa se había aburrido de mirar al horizonte de la gigantesca urbe y, en aquel instante, de entre todos los miles de tejados en los que podía fijarse, se preguntaba qué sucedía en concreto bajo el tejado de la casa en la que me alojaba.

En aquel momento me encontraba en un hostal escribiéndole una carta a un pariente acerca de mis distintas impresiones sobre la capital francesa. Los candelabros que me rodeaban añadían una nota de mayor solemnidad a aquel instante en el que me había perdido. Tan solo unos tres metros me separaban de una ventana de la casa de enfrente. Ya había reparado antes en que en el fondo de la habitación que podía divisar había una jarra de porcelana china, una de esas tan de moda en nuestra bella época.

Pero fue entonces cuando me fijé en que en aquella estancia estaba acurrucada en un sillón una joven cuya piel nacarada palidecía la blanca piel de las ninfas de los cuadros de François Boucher. La miré a ella y ella me miró, y en medio de esta mirada caía la nieve del cielo de París, como si esta fuera la promesa de alguna alba realidad.

viernes, 1 de agosto de 2014

El nuevo Pármeno

El coronel Lambda Zellweger miraba desde un ventanal de la planta 157 hacia la planta 173 de otro rascacielos cercano. La niebla y el lejano neón de los edificios lo cubrían todo mientras que caía la lluvia en la ciudad medio derruida, una ciudad que todavía era conocida con el nombre de Nueva York. Las lágrimas de Lambda también caían. Acababa de leer una vez más un fragmento de un viejo libro llamado La Celestina: le conmovía especialmente aquella parte en la que el noble Calixto despreciaba el leal servicio de su siervo Pármeno, y este, desamparado, decidía desde entonces irse «al hilo de la gente». Nuestro coronel, que tenía unos treinta y dos años, se había propuesto desde niño ser un nuevo Pármeno, pero esta vez no habría caída para Pármeno: esta vez los ideales de Pármeno serían llevados hasta sus últimas consecuencias.

El mundo —y cuando digo el mundo me refiero no a nuestro planeta, sino a la totalidad del género humano— acababa de atravesar la guerra más sangrienta de toda su historia, ochenta largos años en los que toda clase de nuevos artefactos y tecnología militar habían sido puestos a prueba. Este conflicto fue causado por dos facciones que dividieron la Tierra y Marte en dos: la Unión Global, un grupo formado por los líderes de distintas naciones, y los Congresistas, un conglomerado de ciudadanos que se opusieron al mandato absoluto de la Unión. Como puede verse, la guerra fue básicamente una contienda entre totalitarismo y parlamentarismo.

Entre las numerosas estrategias seguidas por ambos bandos durante la guerra, una de ellas había consistido en la experimentación genética con el fin de crear soldados con habilidades y capacidades superiores a las del ser humano medio. El coronel Lambda había sido uno de estos soldados; concretamente él tenía la habilidad de pronosticar eventos futuros a partir del análisis a alta velocidad de los elementos presentes en su campo visual. Tras ello, pasó a participar en las últimas operaciones de la guerra, que dieron la victoria a los Congresistas, y miraba ahora expectante al nuevo futuro pero también dubitativo. Era ya el año 2230: ¿qué era lo que estaría por venir?

Como se deduce del primer párrafo, el coronel Lambda tenía una moral rígida, quizás excesivamente rígida para la mayoría de los mortales. Odiaba la debilidad innata del ser humano, a la que veía como origen de la corrupción, de la desidia y de las ansias de poder y riqueza.

En este momento llegó la teniente Enil Aidem:
—Buenas tardes, mi coronel —dijo mientras entraba en la sala y lo saludaba con la mano derecha en la sien—.
—Buenas tardes, Enil. Coge asiento si así lo deseas.
—Gracias —contestó Enil—. Venía a informarle acerca de las operaciones del sector sur del Índico. Su desarrollo continúa tal y como se había previsto. No obstante, todavía quedan unas cuantas maniobras más pendientes. Por supuesto, el desarrollo de estas se ha fijado en base al protocolo A17.
—De acuerdo, Enil. Agradezco mucho tu informe —respondió Lambda pensativo—. ¿Cuánto tiempo llevas ya en la Tierra? Creo que tres años si no me equivoco, ¿verdad?
—Sí, lo cierto es que ya echo bastante de menos a mis padres, que se quedaron allá en Marte —contestó Enil mientras sujetaba entre sus dedos un mechón de su pelo teñido de celeste—. Pero supongo que dentro de poco podré volver.
—Seguro que sí —contestó Lambda mirándola a los ojos con gesto de convicción—. Todavía recuerdo aquella vista de Fobos en una colina junto al mar de Maraldi. Fue justo la noche anterior a una de las batallas más intensas que tuvo la guerra. Hará ya cinco años de ello.

Enil asintió risueña.

—¡Vaya! Parece que el primer ministro me espera en su despacho —dijo Lambda con gesto de sorpresa al ver que había recibido un mensaje electrónico—. A ver qué tiene que decirme.

Al salir de la estancia, se encontraron con el sargento Kresnik Ahtreide, que tenía unos veitisiete años y posiblemente era el seguidor más fiel de Lambda. Era además otro de los soldados de élite que habían sido sometidos a experimentos genéticos: en concreto era uno de los que habían dado en llamarse criostratos, es decir, soldados con la capacidad de soportar el frío más extremo. Esta clase de soldados había sido de especial utilidad durante los episodios de la guerra desarrollados en Marte, sobre todo en las gélidas montañas del hemisferio sur.

Mientras que lo acompañaban Enil y Kresnik por el rellano del edificio, Lambda pronunciaba las siguientes palabras:
—Han pasado dos años desde el fin de la guerra. Algunos incluso aseguran que el período de posguerra ha acabado —decía mientras que se movía el flequillo con la mano derecha—. ¿Pero realmente ha terminado? ¿Se han extinguido por fin las llamas de la guerra? ¿Puede la gente dormir en paz por las noches? Para aquellos que busquéis la verdad, permitidme que os quite el velo de vuestros ojos: ¡la guerra no ha terminado! El caos que dio lugar a la guerra continúa: una anarquía creciente amenaza con difuminar nuestro futuro en la niebla más oscura. Atravesar esta oscuridad requiere una lanza, un arma plena de convicción. Esta lanza somos nosotros, los Congresistas. ¡Y nosotros proclamaremos el futuro!

Al llegar a la planta 220, Lambda llamó a la puerta del despacho del primer ministro Clifford.
—¡Ya voy! —contestó Clifford—.
—Mi atractivo se ha reducido en un 10%. ¡Papaíto, papaíto, necesito ser limpiada!
—Shhhh... Tranquila, ahora lo haré, pero primero papi tiene cosas que hacer.

Una vez que había terminado de masturbarse con sus muñecas robot, el primer ministro abrió la puerta.
—Buenas tardes, mi más fiel soldado —dijo Clifford mientras que Lambda se adentraba en la sala y se llevaba la mano derecha a la sien—. Como ya sabes, el mundo necesita un líder cualificado que lo guíe hacia un futuro apropiado. Sin embargo, el envejecimiento es algo que hace cada vez más mella en el cuerpo de un gran líder como yo. Pero hay una nueva esperanza en el horizonte al fin. Parece que nuestro equipo cientifico ya ha perfeccionado una técnica que permite expandir la vida indefinidamente. Yo seré, por tanto, el sujeto con el que realicen las primeras pruebas. ¿Qué me dices? La gente y el mundo vivirán felices guiados por un líder con autoridad absoluta y un cuerpo inmortal. Este es mi proyecto para el futuro.
—Ya veo —repuso Lambda—. De modo que solo pensabas convertirte en un dios. Incluso si un dios hubiese creado este mundo, ello no le daría derecho a tejer eternamente el futuro. Debe ser la propia mano del pueblo la que guíe el destino de las personas. ¿Para qué yo y mis compañeros hemos estado arriesgando la vida en la guerra durante todos estos años? ¿Qué hay de los ideales democráticos que nos impulsaban? Tus planes en nada se diferencian de la tiranía de la Unión Global; solo eres un mediocre más intentando hacerse con el poder.
—A lo largo del curso de esta larga y terrible guerra, finalmente me di cuenta de la verdad... ¿Qué es lo que está detrás de una democracia? Eso es: el pueblo. Ahora bien, ¿quién es este «pueblo» del que estamos hablando? —dijo Clifford riéndose mientras que Lambda se quedaba pensativo—. El pueblo no es más que una entidad difusa, formada por muchos individuos que solo se esconden entre la muchedumbre para evitar afrontar sus propias responsabilidades.
—Aunque así fuera —contestó Lambda con lágrimas en sus ojos—, todavía quiero dejar el futuro del mundo en manos de su gente. Y si las personas son débiles, solo deberán volverse más fuertes y diligentes. ¡Adelante, soldados! ¡Apresen al primer ministro, que ha sido hallado culpable de alta traición!

Cuando los soldados se llevaron al primer ministro, el sargento Kresnik entró en la sala, donde todavía se encontraba Lambda mirando desde un ventanal.
—Mi coronel, ¿qué piensa hacer ahora?
—Lamentablemente, veo que no queda más solución: activaré el sistema TF.
—¿El sistema TF? —preguntó Kresnik con asombro—. ¿Pero cómo puede ser esto por el bien del mundo?

El sistema TF, también conocido como el Arma Divina, era una construcción militar que había instalado la Unión Global en el año 2193 en la isla de Ellesmere. Básicamente, su función era la de propagar ondas con el poder de activar los robots y de hacerlos ignorar las leyes de Asimov, con todo lo que ello implicaba. Esto era especialmente peligroso en una época en la que ya el número de robots triplicaba al de humanos. Es cierto que la Unión Global ya había hecho uso de esta instalación previamente, pero solo había activado un 20% de su capacidad máxima, principalmente para acabar con muchos de los numerosos hangares subterráneos de los que disponían los Congresistas en Siberia. Sin embargo, el coronel Lambda ahora pensaba llevar esta arma a su máximo potencial.

—Kresnik —contestó Lambda—, pienso poner a prueba la teoría de la selección natural. De hecho, el sistema TF creará un entorno en el que será duro lograr la supervivencia. Sin embargo, aquellos que sobrevivan seguramente evolucionarán en una especie más fuerte y más perfecta.
—¿Y por qué hacer esto?
—¿Por qué? —respondió Lambda mirando fijamente con unos ojos brillantes—. Para superar la debilidad inherente a nuestra especie, por supuesto. Es esta debilidad precisamente lo que le impide prevenir las guerras, lo que lleva a muchos a vivir simplemente pensando en hacerse con el poder o llenarse los bolsillos... ¡Si los humanos piensan alcanzar un futuro «adecuado», deberán volverse más fuertes! ¡Deberán evolucionar! Para proteger el futuro de la gente, estoy dispuesto a afrontar todas las culpas que en ese mismo futuro puedan verter sobre mí por causar esta catástrofe global.
—¿Y está dispuesto a sacrificar tantas vidas? —preguntó Kresnik contrariado—. Lo siento, mi coronel, esta vez no estoy de acuerdo con sus designios. Me temo que voy a tener que intentar detenerle.
—Kresnik, sabía que me contestarías esto —dijo Lambda mientras que sonreía con una mirada sosegada y afable—. Precisamente, si hay alguien que quiero que me detenga, ese eres tú. Sí, ya veo: conque eras tú esa variable desconocida que formaba parte de mis datos recopilados. Bien, sé que tú, al igual que yo, eres un especialista del antiguo arte de la esgrima. Combatamos con nuestras espadas y si me vences, demostrarás valer más que yo para decidir acerca de cómo debe ser el futuro. ¡Vamos!

Después de un largo y agónico duelo en el que cualquiera de los dos podría haber salido victorioso, el sargento Kresnik consiguió que su espada se quedara apuntando al cuerpo del coronel, quien, acto seguido, se arrodilló mientras que de sus ojos caían con fuerza las lágrimas:

—¡Veo una luz! Es pequeña, pero su brillo, muy muy intenso. ¿Cambiará esto el futuro que he visto? —se preguntó Lambda dirigiendo su vista desde el techo a los ojos de Kresnik—.
—Ya veo —respondió Kresnik—. Cegado usted por sus lágrimas, solo había podido ver un futuro lleno de tristeza y amargura. Vamos, mi coronel, el futuro nos aguarda.

Y el sargento estrechó la mano a su coronel.

miércoles, 23 de enero de 2013

Luz

Sábanas y mantas por el suelo;
mi cuerpo, desnudo sobre el colchón;
por las cortinas, luz junto al PC.
Vistas desde una tercera planta
al horizonte de grúas y hormigón,
a la turquesa infinitud.
Recuerdos de una antigua Arcadia
siglos ha en ti disipada.

Sí, si alguna vez existió una edad dorada
antes creo que esta fue blanca y celeste
como la de los mundos de Alma-Tadema.

Mientras, en el litoral de Taormina,
una vez más, náufrago seré.

lunes, 7 de enero de 2013

Rincón

Allí donde todo sea hiedra y sillarejo,
y, ante la gravedad de un bizantino icono
por querubines colmado en ilusión alada,
con el agua mi cuerpo uno se haga,
con agua que sea mármol, nenúfar y acanto,
y espejo de lámparas de alabastro…

sábado, 3 de noviembre de 2012

Cloaca


Calavera de rata,
hedionda y putrefacta,
que en catacumba tal
perpetuo reposo hayas.

Todo un lóbrego letargo de luz
filtrada y vagabundas cucarachas.
Todo el laberinto sin fin
del sumidero de una comarca.
Todo el incesante gotear
de la primigenia agua.

Arriba, inerte, la ciudad de las máquinas.
Una vez más en ella caerá
la nieve del ayer,
la nieve del mañana.

Y una vez más, del bosque de las águilas
el remoto piar aquí resonará,
bajo la telúrica dermis,
mientras era tras era,
gota tras gota,
fluye la biogénesis.

domingo, 1 de julio de 2012

Azotea

Al ladrillo ya el aerosol besaba
cuando la corporación estatal,
entre nubes de neón disipada,
números y sueños sistematizaba.

Hermetismo milenario
cual pintura de Hokusai,
ayer en fiera catana confinado,
hoy al tecnológico ingenio confiado.

En cualquier rincón de la pluviosa urbe,
los hijos del industrial gobierno
nostálgicos miran las luces
que irradian pisos y videoclubes.

Al fondo del ojo de patio,
hermanos suyos han caído:
aislados del terrenal dinamismo
y fundidos con el suburbial sulfuro,
yacen entre tuberías y cuatro muros.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Del cosmos las eras

De la cuadriga orgullosa que un día
llevada fue entre laureles de gloria
y que de Ares nuevo trono sería,
inscrita en los mármoles de la historia
caen las cenizas de su agonía
perdidas en la funeral memoria.
Como nacen y caen los Tiberios,
como nacen y caen los imperios.